Diagnósticos y buenas maneras (o no)

En el Colegio de Lecároz “los piezas” se escapaban de clase a Fransene, una tienda-bar, donde además de una tortilla de patatas podían disfrutar de la libertad atormentada del que se sabe trampeando. Salir del trabajo para ir al oncólogo puede producir una sensación parecida: entre la alegría de pensar que vas a ser libre y estar exento de males, y la presión de dejar la obligación de cada uno por dar lo mejor de sí.

Cuánto se agradece la puntualidad del doctor sean buenas o malas noticias las que tenga que dar. Porque muchos matasanos no lo saben, pero has dejado el trabajo, con el tiempo justo, has cogido un taxi (que no es barato), has llegado sin parar ante la pobre mujer que pide una ayuda y has caído rendida tras presentar credenciales ante la enfermera. Tres veces te llaman y, claro, no te das cuenta porque la puntualidad no es habitual y estás inmersa en la revisión del Whatsapp.

Cuando el tono se repite, piensas que el diagnóstico también. Pues no. Puede que con los resultados presentados, la operación de agosto realizada para fastidiar vacaciones y un linfedema obliguen simplemente a más pruebas. No es fácil empezar de nuevo el rosario o la nueva prueba única. ¿A quién se le ocurre que quedan pruebas que realizar? ¿No saben los médicos que un tercio de la vida es para trabajar (como mínimo), otro tercio para dormir (aunque sea mal) y otro tercio para comer, ducharse, leer, varios y pasear?. Y que quitar tiempo es complicado.

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4 opiniones en “Diagnósticos y buenas maneras (o no)”

        1. El pensar no siempre es bueno. Tienes razón, a veces, hay que dejarse llevar y que lo que tenga que suceder, suceda, Además, el 70% de lo que pensamos no ocurre.

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