No basta con trabajar

Escribir me da la vida. Quizá lo he escrito muchas veces, pero es verdad. Lo confirmo cuando, por algún motivo, paso días sin escribir para Sin Temor Al tumor. Este periodo en que he parado de escribir, ha llegado porque necesitaba hacerlo. Sentía transmitir pensamientos y sentimientos tristes, no solo por la nostalgia que trae el otoño, los efectos secundarios de las medicaciones y el desgaste que me produce el no estar a la altura de lo que yo considero apropiado.

Mi amiga Eleanor, llamémosle, es una mujer excepcional, tuvo su primera hija con veintitrés años; número uno de su promoción, ejerce sin pestañear la dirección de comunicación de una gran multinacional; acompaña a su pareja en viajes científicos en los que busca tiempo para escribir su tercera novela; juega al golf como para competir, cocina especialmente pescados y tiene tiempo para quedar. Amén de haber pasado un cáncer con quimioterapia y solo bromear con que si vuelve, piensa tratarse en EEUU solo por practicar inglés.

Un día le pregunté cómo lograba llegar a todo y me dijo que tenía tres normas que intentaba cumplir a rajatabla:

Organizar el tiempo por semanas, tanto personal como laboralmente. Los domingos por la tarde los dedica a hacer el puzzle de la semana por colores. No cree que un horizonte mayor sea práctico y la vida le ha demostrado que le agota pensar a medio plazo.

Intenta viajar lo menos posible y solo por placer. Años de vivir entre aviones le enseñaron que la piel se degrada con los viajes, así que solo sale por razones de agenda semanal. Y lo hace con dos premisas: ir a sitios donde encuentre las comodidades mínimas de su casa y donde la cultura del lugar no empiece en la Edad Media. Sobre esto último nunca da explicaciones.

Evitar a las personas que dicen una cosa y hacen otra por sistema. Aclara que no solo es incoherencia, aunque ofrezca múltiples ejemplos. Se trata de los enfermos de mentira que con una sonrisa te asienten en el momento, evitando tus ojos, mientras demuestran todo lo contrario con sus hechos. Normalmente, según ella, suele tratarse de casos antisociales.

Mi vida es un montaña rusa a la que la escritura y la música ponen la armonia necesaria para sobrellevarla.

Como Eleanora estoy aligerando mochila y no logro sacar de ella el primer aquel cuaderno sobre el que escribir que me regaló un gran editor allá por 1987.

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