Aparcar en el trabajo sin temor a dormirse


“A quien madruga, Dios le ayuda”
dicen. La realidad es así: “quien madruga, encuentra aparcamiento”.  O al menos esa es la impresión que causa alguna calle aledaña a mi trabajo cuando llego y veo conductores en sus coches, posiblemente como yo escuchando la radio, desperezándose y esperando para entrar a sus trabajos.

Porque no todo el mundo tiene la suerte de parking en el trabajo. Este alojamiento permite no solo controlar -si es que se puede-, el tiempo necesario para llegar al trabajo, sino también, llegar con tiempo y tranquilidad a la reunión de primera hora, sin preocuparse por si habrá o no espacio y, sobre todo, pudiendo volver a casa como si lo hicieras en calesa. Hay alternativas al coche cada vez más extendidas, al margen del metro que siempre llega a tiempo, es seguro y no confunde, y del autobús que permite conocer Madrid y sus gentes. Crece el número de personas que va a trabajar en bicicleta, y el uso de los modernos sistemas de cardsharing.

 

Pero para muchos, entre los que me encuentro, nada mejor que la moto. Mi scooter es, era hasta que enfermé, sin duda uno de los mayores sueños cumplidos. Gracias a ella me movía por Madrid, llegaba a tiempo a cualquier sitio y aparcaba casi en la puerta, no tenía pereza de moverme y era libre de moverme en cualquier momento. Enfundada en mi traje de Catwoman, con mi casco rosa (lo único rosa que hasta entonces tenía) sentía que la vida era mía.

Un día, al recuperarme de los tratamientos que me acechan, cogí de nuevo mi caballo, levanté el brazo que todavía me tira por la cicatriz, arranqué para moverme y me di cuenta de que pesaba mil kilos y que mi fuerza era mas limitada que la Campanilla. Aparqué mi Pantheon suavemente, para no ofenderle,  y volví a coger mi bonsai para ir a hacer un recado sin sorpresas. Baste aclarar que mi bonsai es el utilitario que cualquier habitante de Madrid tiene hasta que nos cierren la almendra y tengamos que limitarnos al transporte público.

¿Para qué ponerme en riesgo con la moto cuando ya vivo al límite? Es muy sencillo, para sentirme libre, poderosa y, sobre todo, viva. Que no es poco. 

 

 

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