La fachada no lo es todo

Puedes vestir muy bien en el trabajo pero si la salud no te acompaña, de nada vale. Y eso depende de cómo respondas a los tratamientos, de la reincidencia del cáncer y de tu actitud ante los retos de sobrevivir con alegría y sin dejar que esa enfermedad eche por tierra una bonita oportunidad laboral.

El trabajo te obliga a ponerte cada mañana el traje de Catwoman, coger tu “burra” o tu “bonsái” e ir a la oficina intentando aparcar en 2,4 metros un coche de 2,5. Otra opción es apostar por una imagen de Superwoman, más convencional, enfundada en traje chaqueta pero igual de empoderada y dispuesta a convertirse en jefa, ¿para qué? Simplemente para demostrarte que estás donde tienes que estar, porque el tratamiento y los efectos secundarios no van a impedir que cada mañana afrontes el reto de batallar por la mejora de un entorno laboral y por contribuir a una comunicación más fluida.

Otro aspecto que impulsa cada mañana es la falta de memoria para olvidar lo fugaz que es la vida. Si hace casi dos años te mirabas estupefacta el hombro, pensando cómo había cambiado al instalarse “Garbancito” en tu pecho, ahora te das cuenta de cómo el ser humano tiene la misma capacidad para olvidarse del golpe que te rompe la vida para volver a viejas y «aniquilantes» rutinas. Porque puedes encontrarte cada mañana, como quien no quiere la cosa, volviendo a horarios imposibles, sometida a estrés innecesario, abandonando la rutina de alimentación sana que tanto te costó incorporar y alejada del paseo diario que tanto aportaba, autojustificada por el frío imperante y la falta de tiempo.

Todo un montaje para demostrar que tienes superpoderes, si eso mágico, pero que no van a evitar que el médico te haga las pruebas que tocan en febrero para decirte que vas mal. Tampoco vas a huir de la vida breve, porque cualquier noche te darás cuenta que trabajar a las cinco de la madrugada es no haber aprendido la lección y comprar nuevos boletos con destino a donde no quieres volver. Porque tienes que quererte más y mejor, recordar que solo se vive una vez, pensar que solo es trabajo y que las empresas no tienen ni memoria ni corazón.

Por el contrario, brota de ti una fuente de agradecimiento que te obliga a dar lo mejor, aunque sea a costa de tu salud, sueño, tiempo, espacio de escritura y paz familiar. Te encuentras cada noche intentando hacer encaje de bolillos para que tu vida cuadre y, al final, solo tienes clara una cuestión: el cáncer puede volver, aunque no quieras.

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