Recuerdo de pequeña aquellas películas, libros y cuentos que hablaban de la peste del año 1000. Escuchar y leer aquellas historias negras me creaba tanta desazón como ahora me produce escalofríos observar la dimensión que va tomando el COVID-19.
El virus empezó a dar cara en China, pero estaba lejos y resultaba curioso, casi cómico, cuando vimos cómo construían dos hospitales en apenas dos semanas. Crecieron el número de infectados y de muertos, empezamos a ver cómo se extendía por países cercanos como Irán o Afganistán, y llegó a Europa.
Ahora vivimos a diario la evolución de esta nueva peste. A diario los periodistas nos facilitan una crónica más o menos objetiva, más o menos novelada, eso parecía, hasta que nos llegó a Haro, donde vive nuestro amigo, a Torrejón dónde trabaja una sobrina, a Valdemoro donde conocemos alguien. El virus cada vez está más cerca.
Las medidas que los gobiernos toman conjugan aspectos de prevención, precaución, aislamiento de los focos y afectados, gestión de la incertidumbre y miedo, también, gestión de su propia reputación.
¿Cómo no tomar medidas aparentemente duras o impopulares cuando cada día tenemos más fallecidos y cada vez más cercanos? ¿Cómo no limitar las salidas cuando se ve que el contagio no es tan difícil? ¿Cómo no cerrar centros de formación y residencias de ancianos cuando nos jugamos la vida de nuestros mayores y el futuro de nuestros hijos?
No hay que caer en el pánico, pero hay que seguir las instrucciones que marcan las autoridades y las recomendaciones de los profesionales. No creo que el estado de guerra, que se sentía hoy en el supermercado cuando las gentes cogían el arroz, la pasta, el papel higiénico, los frascos, la leche, la harina o la fruta sea conveniente ni responde a una realidad. Pero si son comprensibles. El miedo es libre.
PD. Escribí el post el miércoles, antes de sentir con especial virulencia como la peste arrasa corazones. También los sistemas se vieron afectados y hasta hoy no he podido publicar.
Seguimos vivos, seguimos soñando.
PD. Una canción mejor que mis palabras.