Un petit déjèneur

IMG_4693_PETIT DEJENEURAlgo importante no ha cambiado en la vida. Porque cada día descubro que nada es lo que parecía, no sé si le pasa a todo el mundo, aunque supongo que terminaré descubriéndolo.
El desayuno es la mejor comida del día. Nada se puede asemejar a un café largo con poca leche y un delicioso croissant. El café me recuerda como olía la casa de mi tía al despertar, como empecé a enamorarme de su sabor y jugar a descifrar sus matices de olor. El acompañamiento hoy es una licencia que me doy de vez en cuando, aun a sabiendas de lo mal que me sienta, que me recuerda mi rebeldía ante mi cuerpo y tantos días de paseo por Saint-Jean de Luz con premio.
Ahora cuando lo disfruto en la cafetería de la clínica se convierte en un revitalizador placebo superior a los de los anuncios de la tele, reconfortante y recuperante tras un nuevo análisis de sangre… y los que me quedan. Aunque nada igual a uno en Malkorra esa pastelería donde sobre todo huela a urrakin.
Y vuelta a la realidad. Cada visita para la cura es una espera a un milagro. Pero qué milagro espero cuando el milagro es ya que todo está bajo control. Cuantas veces tengo que repetirme que Garbancito está en buenas manos de laboratorio y experto en genomas… Solo debo preocuparme, superficialidad aparte, que las cicatrices se cierren con elegancia y queden reducidas a una sutil rayita. Nada que ver con el rastro motero de mi raspazo en Castellana, cuando por llegar a casa antes de la granizada, derrapé sin dudarlo para espanto de los viandantes. Esa herida de guerra me recuerda que con esta no va a pasar lo mismo. Pomadas, tiritas y hasta rosa mosqueta de olor inmundo estoy dispuesta a aplicar con tal de diluir todo resquicio de mi paso por la salita del sótano.

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